Todavía recuerdo su voz, aunque algo aguda y quebrada, infundía respeto. Evocaba a la experiencia y manaba plena tranquilidad.
“Tora-san, ¿alguna vez te expliqué el cuento del monje ascético y el monje mundano?”
Lo miré, y no recordaba nada. Negué con un gesto.
“Pues escucha…
…En un lugar no muy lejos de donde hoy estamos nosotros dos monjes decidieron hacer una peregrinación juntos…”
Veía como la luz entraba y teñía toda la sala de un color amarillo… los pétalos rosas caían sobre la arena del jardín, con la misma lentitud e hipnotismo que las palabras de mi sensei.
“… uno de ellos era un estricto monje ascético, y el otro un humilde monje mundano, un vagabundo al que todo el mundo ignoraba… Lo importante sucedió cuando, al llegar al borde de un camino totalmente inundado por las lluvias, se encontraron una mujer que esperaba en su mismo linde… esta con cara asustada les pidió ayuda… el monje ascético se negó rotundamente, le pidió perdón por no poder ayudarla y la mujer dirigió la mirada al débil y enclenque monje mundano.Este le contestó con una mirada risueña que hizo que en sus ojos aparecieran mil surcos y arrugas… El vagabundo la subió a su espalda y los tres cruzaron el rio. Tras despedirse de la mujer y un largo silencio en el camino el monje ascético le preguntó al compañero errante:¿Cómo podéis haber hecho esto, como pudisteis tocar a una mujer?...
El trotamundos proyectó una enorme risa, y le dijo: yo dejé a la mujer a la otra orilla,¿ porqué cargáis todavía con ella?”
El canturreo de los pájaros, el sonido del viento que estremecía las ramas de los arboles… y ese hermoso cuento, quedarán para siempre muy dentro de mi. Gracias sensei-sama